Cuando
una ha sufrido daño sin merecerlo, sin ocasionarlo, cuando uno ha sentido que
le han herido mucho, mucho, guarda en el corazón ese sentimiento de dolor, de
recuerdo que alguien le hizo ese daño….y eso acaba con la vida.
Un
día decidí dejar de culparme y hacer algo más constructivo, perdonarme y soltar
algunas cosas de mi pasado que aún me pesaban. Dicen que cuando no llegas a
perdonar a una persona, nunca terminas de superar lo que te hizo, no lo
sueltas; no cierras el circulo, cargas en tu corazón con el resentimiento, el
rencor y la rabia; sentimientos que te intoxican desde dentro y que, a la
larga, sólo traen consigo amargura y frustración. Entonces, ¿qué podía pasar si
no me perdonaba a mi misma?. Nada bueno.
Me perdono por todas las veces que no confié en mi valor
propio y dejé mi valorización en manos de otros.
Me perdono por descuidarme a mí misma y por haber
rechazado cultivar mi belleza y mi espiritualidad, a favor de cultivar el
intelecto y la cultura, características mejor vistas socialmente.
Me
perdono por haber sacrificado mi verdadera vocación por la conveniencia de un
buen salario.
Me
perdono por haber interpuesto muchas veces la comodidad material sobre el
instinto de lo que quería hacer.
Me perdono por todas las veces que no escuché mi voz interior y cedí a las
presiones sociales, amargándome, o llevándome a realizar acciones que realmente
no deseaba.
Me perdono por negar la sabiduría de mi cuerpo y mi ser
mujer. Ocasionándome enfermedades, y una relación literalmente “dolorosa”
conmigo misma.
Me perdono por mi desconocimiento y desconexión de mi
naturaleza cíclica, generando que me auto-considerara “loca” en más de una
oportunidad.
Me perdono por las veces que no supe poner límites
amorosos a situaciones que me estaban haciendo daño y terminé haciendo y
haciéndome más daño.
Me perdono por las mil veces que me engañé a mi misma con
falsas ilusiones.
Me perdono por toda la energía que perdí tratando de
adaptarme a convenciones sociales que iban en contra de mi naturaleza.
Me
perdono por las veces que no tuve paciencia con mis padres.
Me perdono por toda la rabia, envidia, odio y violencia
que me causé, por no saber ver que los demás son solamente mi reflejo, y no poder
apreciar su propia vulnerabilidad, así como la esencia divina en su interior.
Me perdono por haber sentido celos de otras mujeres,
siguiendo el mandato patriarcal de competencia y desconfianza.
Me perdono por haber depositado mi felicidad, tristeza y
proyecciones en manos ajenas.
Hoy
elijo perdonarme una y mil veces, y a través de este acto me pido perdón a mi misma y me lleno de paz y gratitud por lo que Soy.
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