Me
doy permiso para equivocarme no solo una vez sino todas cuantas veces suceda.
Me
doy permiso para equivocarme y no sentir que por un pequeño o un gran error el
mundo va a hundirse entorno mío.
Siempre
hay segundas, terceras, cuartas y muchas más posibilidades.
Fuera
las ideas de errores irrevocables.
Me
doy permiso para no involucrarme en embrollos emocionales, amorosos, laborales,
o de cualquier otro tipo.
Hay
muchas situaciones y personas que los conllevan necesariamente, decido no
entrar en sus juegos agotadores. Y reconozco con tranquilidad que en algunas de
las relaciones de mi vida, yo he sido en parte responsable de la creación de
problemas. Decido no continuar jugando el juego de víctimas y verdugos.
Ni
quiero ser el verdugo de nadie ni voy a ser víctima. No participo más en esos
juegos de poder destructivos, no me sitúo en ninguna de las dos posiciones.
Me
doy permiso para no estar esperando alabanzas, manifestaciones de ternura o la
valoración de los otros. Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de
teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración. Me afirmo como una
persona no adicta a la angustia. Soy yo quien me valoro, me acepto, y me
aprecio. No espero a que vengan esas consideraciones desde el exterior. Y no
espero encerrado o recluido ni en casa ni en un pequeño circulo de personas de
las que depender.
Al
contrario de lo que me enseñaron en la infancia, la vida es una experiencia de
abundancia. Empiezo por reconocer mis valores, y el resto vendrá solo. No
espero de fuera.
Me
doy permiso para no estar a la espera, para no vivir esperando. Esperar es
angustioso. Soy yo quien salgo rebosante de resolución y energía al encuentro
de la vida.
Me
doy permiso para no recurrir con tanta frecuencia a los demás con el propósito
de que me resuelvan problemas cotidianos, en el trabajo, en la familia, o con
los amigos. Y decido no preguntar tanto a los otros como resolver muchas de
esas pequeñas o grandes cuestiones.
Me
permito explorar yo mismo, interrogarme, probar, descubrir, resolver numerosos
asuntos en los que no necesito depender de nadie.
Me
doy permiso para no precipitarme ni dejarme presionar por nadie, quienquiera
que sea.
Mi
torpeza, en muchas ocasiones ha sido producto de la urgencia y la presión a la
que me he dejado someter. No más miedo, no más torpeza.
Me
doy permiso para decirle a quien me critique, que no lo haga más, porque la
única persona que sabe profundamente de mí, soy yo mismo.
Me
doy permiso para disfrutar plenamente de la sexualidad y abandonar las ideas
culturales, familiares y religiosas sobre el sexo, que tengo colocadas en mi
cabeza.
Me
doy permiso para abandonar un trabajo que me corrompe y me aleja de mí mismo.
Puedo hacer más de una cosa bien, incluso alguna muy bien, y creo firmemente
que en una vida se pueden vivir varias vidas.
Me
doy permiso para dejar salir al niño o la niña que fui. Para saltar de alegría
o llorar desconsoladamente, sin trabas, sin que me importe el qué dirán.
Del
libro "Me doy permiso para" de Joaquín Argente.
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