Para poder avanzar es
necesario pasar por un proceso de desarrollo y crecimiento personal es el momento de las rupturas.
De cualquier tipo de
ruptura.
Uno está tan acostumbrado
a ser de cierta manera, la que sea, incluso aunque no le satisfaga del todo,
que le cuesta un trabajo enorme ser de otro modo distinto, rediseñar las
actuaciones habituales, pensar de otra manera diferente, abandonar, cambiar,
eliminar, romper y tirar…
Renunciar a lo que uno ha
sido, a lo que estamos acostumbrados, aunque haya causado mucho dolor y pocas
satisfacciones, resulta muy difícil.
Aparentemente, uno no
puede descargarse el pasado, no puede olvidar lo malo, no puede deshacerse de sus
rutinas… sólo aparentemente.
Y todo sucederá así hasta
que un día se comprenda esta verdad:
LA MAYOR ALEGRÍA PUEDE VENIR DEL HECHO DE COMPROBAR QUE,
CUANDO PARECE QUE SE HA PERDIDO TODO, NO SE HA PERDIDO NADA MÁS QUE LAS
ATADURAS QUE LE TENÍAN UNIDO A UNA SITUACIÓN DE SUFRIMIENTO.
Nunca se puede perder
todo, porque siempre queda, por lo menos, el espacio vacío para poder llenarlo
con algo nuevo.
Nunca se puede perder
algo, porque hay que saber que “algo” no nos pertenece ni nos ha pertenecido
nunca: simplemente se usaba.
Lo dice claramente Buda en
esta frase: “Estos son mis hijos, mi
casa, mi tierra… ésas son las palabras de un necio que no entiende que ni él
mismo es suyo”.
Rupturas… romper es partir
o destrozar algo.
Por eso, si pienso en
romper con algo de mi actualidad, pienso que va a haber violencia en alguna
medida y, sobre todo –aunque es un error-, que me voy a separar de lo conocido
para encontrarme con algo que no sé lo que es, y por ese temor tan habitual a
lo desconocido, me opongo.
Asocio ruptura con
violencia, y me equivoco si pretendo plantearla de esa forma.
Todo lo nuevo que quiero
cuando me plantee una ruptura, se ha de realizar con muchísimo amor.
No hay una guerra dentro
de mí, ni tengo ningún interés en propiciarla.
Estoy intentando
descubrirme para amarme, pero no descubrir más motivos para seguir
castigándome.
Por tanto, iniciar lo que
se entiende por ruptura, que es terminar con una situación para empezar con
otra, no se ha de hacer con violencia física, ni mental, ni emocional.
Se puede hacer lo mismo,
pero viéndolo con otros ojos o llamándolo de otra forma.
Por ejemplo, si hay algo
en mi actualidad que no me gusta, (que no me gusta a mí, sinceramente, no me
refiero a que no le gusta a la sociedad y que lo vaya a hacer por ellos) voy a
llamarlo “desapegarme de eso que ya sé que no me gusta, para cambiarlo por lo
que sí quiero”.
Otras personas lo aplazan
continuamente hasta otro momento… que no llega nunca.
Y ocurre que, a veces, es
necesario que las cosas salgan tan mal que uno se sienta tan desolado y
hundido, tan en el fondo, que ya no se pueda soportar más y la ruptura sea, no
ya la mejor decisión, sino la única, y sólo de esa rabia consigo mismo puede
nacer la fuerza que le empuje hacia delante.
Otros consideran, muy
acertadamente, que no es necesario que sea traumático, sino que puede permitir
que una forma de ser y actuar se vaya diluyendo al mismo tiempo que la nueva
forma va entrando, también poco a poco, para instalarse sin problemas.
Desde que se reconoce que
una forma ya no es útil ni deseada, empieza a morir, empieza a no ser, y deja
un sitio para ser ocupado con otra forma, ésta sí, querida y aceptada.
No hay prisa en el Camino
porque puede suceder que, debido a la velocidad, uno se tropiece y caiga, y
luego necesite mucho tiempo para recuperarse y empezar a andar otra vez.
Todas las cosas, y todas
las personas, tienen un ritmo y hay que respetarlo.
Una de las excusas que
aparece para aplazar las rupturas, es la resignación.
Mientras quede algo de
resignación, mientras se encuentren disculpas del tipo de “será mi destino…”,
“será castigo de Dios…”, “será que habré hecho algo malo en otra vida…”, etc.,
no se gozará la grandiosidad de la libertad para romper y empezar de nuevo.
Mientras se acepte la
situación, no se hará el cambio, pero si hay una mínima rebeldía, una doliente
insatisfacción, ya es innegable la necesidad de una ruptura, y esa necesidad no
callará en su obligación de recordarlo hasta que se haya efectuado.
Otra excusa que se
encuentra es el miedo. Pero miedo, ¿a qué?... habrá que buscar a quién se le
quiere echar la culpa de la indecisión, y habrá que ver cómo se le llama, para
ser sincero, y averiguar la mentira que se esconde detrás de la excusa.
Después aparecerán otras
de las inagotables excusas del yo pequeño… miedo a no herir a terceros (¡es
peor herirse a uno mismo!), auto-culpa de que eso es lo que uno se merece (¡un
hijo de Dios tiene más derechos!), “ahora no tengo suficientes fuerzas…” (¡Esto
hay que hacerlo sin esfuerzo!)
¿Qué es lo peor que puede pasar en la ruptura?
Deja tiempo para responder
esta pregunta, no tengas prisa por seguir.
El resto del artículo te
esperará.
¿Qué es lo peor que me puede pasar en la ruptura con mi forma
de ser actual?
¿Y qué es lo mejor?
Que nazca un yo nuevo… que
empiece a ser yo mismo… que empiece a mandar en mi vida… que sea el que tantas
veces he deseado…
Autor: Francisco de Sales
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