domingo, 2 de junio de 2019

LOS CÍRCULOS CURATIVOS



En un retiro reciente, me senté́ en círculo con veintiséis mujeres, veinte de las cuales luchaban contra el cáncer; todas ellas atravesaban grandes cambios en sus vidas. 
El futuro era incierto (como lo es para todos, pero las componentes de este grupo eran especialmente sensibles a ello).
Hablaron de lo que habían sufrido y de lo que aún padecían, de cómo habían sido sus vidas antes del cáncer y de los cambios que habían tenido lugar desde entonces. 

La mayoría de ellas contaron variaciones de dos historias.
El primer grupo, que mostraba una gran lucidez, se identificaba como adictas al trabajo. Contaban cómo sus profesiones las habían extenuado, no sólo por las sesenta u ochenta horas semanales, sino porque el trabajo era el centro de sus vidas.
La segunda historia describía la extenuación de tener que cuidar a otros. En el período anterior al diagnóstico, esas mujeres se habían ocupado de un padre enfermo, un marido impedido o alcohólico, y a menudo habían tenido que trabajar para mantener a sus familias. Tuve la impresión de que el trabajo y las relaciones que en un principio eran importantes habían empezado a dominarlas, hasta que ya no fue posible desprenderse de ellas, y tampoco continuar manteniéndolas indefinidamente.

EL CÁNCER HABÍA HECHO IMPOSIBLE QUE MANTUVIERAN EL TRABAJO O LA ATENCIÓN A OTRA PERSONA COMO EL CENTRO DE SUS VIDAS. LES EXIGIÓ QUE EMPEZARAN A OCUPARSE DE SÍ MISMAS Y DEJARAN QUE OTROS SE ENCARGARAN DE ELLAS.

Cada mujer en el círculo era un ser único, pero al sentarnos juntas advertía que cada una de ellas también representaba un aspecto de las demás, y que al hablar expresaba algo que no sólo hacía referencia a ella, sino al conjunto de las presentes. Nos reunimos en un nivel espiritual y confesamos la verdad de cuanto sentíamos y sabíamos por nuestra experiencia.

Llovía y el ambiente era lóbrego, como venía ocurriendo desde hacía semanas; además, una de las fundadoras de la organización patrocinadora había muerto de un cáncer de mama con metástasis apenas dos días antes de nuestro encuentro y otra se había descubierto un nuevo bulto.

Sin embargo, había una calidez emocional y espiritual; era como si Hestia, la diosa de la tierra y del templo, estuviera presente en la llama depositada en el centro de nuestro círculo. Había risas, lágrimas, cariño.
El círculo era un crisol alquímico para el crecimiento espiritual, era un receptáculo de apoyo y solidaridad cuyo interior albergaba consuelo suficiente para resistir.

Habíamos abandonado el mundo cotidiano para estar juntas, y parecía que una cálida luminosidad nos inundara y emanara de nosotras, y nos sumergiéramos en el inframundo o en el más allá, rememorando la experiencia humana de sentarse alrededor del calor y la seguridad del fuego, al abrigo de las inclemencias externas.

Asimismo, las parejas que enfrentan una enfermedad mortal que afecta a uno de sus miembros, y que inician juntas el descenso a los infiernos, describen cómo, de un modo inesperado, se vieron sumidas en un círculo mágico de amor y confianza mutua al vivir esa experiencia. Nada se da por supuesto, las emociones se encarnan en palabras y con cada nueva crisis ambos renuevan el compromiso de asistir al otro emocionalmente. Cuando no existe una red de apoyo, la conexión entre dos almas es dulce y hermosa. Los amigos y allegados también entran a formar parte de este crisol alquímico si tienen un espíritu abierto, en una relación de tú a tú donde cada cual advierte el amor del otro. En el momento de la caída se da una conexión que de otro modo no se habría fraguado o a la que no se habría dado cauce.

El hecho de dar y recibir amor incondicional, de ser conscientes de que en ese momento somos verdaderamente amados por nosotros mismos, y que a cambio amamos con toda plenitud, constituye una epifanía humana penetrada por la gracia.
Desde una perspectiva espiritual, al amar sin medida nos abrimos a la gracia. La gracia es esa energía o presencia inefable, misteriosa y curativa que unge los acontecimientos de un aura sagrada y les infunde su alma.

El Sentido de la Enfermedad
Autora Jean S Bolen

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