Siempre, siempre, debemos trabajar intensamente para que nuestro niño o niña
interior tenga voz, tenga sentimientos,
y tenga acciones, es un reencuentro con nuestra propia intimidad,
nuestra propia alegría, y nuestra propia sabiduría pura.
Les comparto una lectura que hice hace un par de años:
“Había una vez un tierno duendecillo. Era muy feliz. Era comprensivo y
curioso y conocía los secretos de la vida. Por ejemplo, sabía que el amor
era una elección; que el amor requería trabajar duro; que el amor era el único
camino. Sabía que podía hacer cosas mágicas y que esta singular presencia de la
magia se llamaba “creatividad”.
El duendecillo sabía que mientras él fuera
verdaderamente creativo, no habría violencia. Y conocía el secreto máximo: que
él trascendía el vacío. Sabía que era y que el ser era todo. Esto se llamaba el
secreto “del ser”. El creador de todos los duendes era el Gran YO SOY. El Gran
YO SOY siempre había sido y siempre sería. Nadie sabía el cómo o el porqué de
esta verdad. El Gran YO SOY era totalmente amoroso y creativo.
No lo olvide: dentro de usted existe un alma de
duende que siempre está convocándolo a ser.
Otro secreto muy importante era el de balance. Esto significaba que toda la
vida está llena de contrastes. No hay vida sin muerte física; no hay alegría
sin tristeza; no hay placer sin dolor; no hay luz sin oscuridad; no hay sonido
sin silencio; no hay bueno si no hay malo. La verdadera salud es una forma de
integridad. Y la integridad es santidad.
El gran secreto de la creatividad era
equilibrar una enorme energía creativa sin propósitos, dentro de una forma que
le permitiera ser a esa energía.
Un día le revelaron otro secreto a nuestro duendecillo, quien, por cierto,
se llamaba Joni. El secreto era que tenía una misión que cumplir, antes de
continuar creando eternamente. Tenía que compartir sus secretos con una feroz
tribu de no-duendes. Y, como verán, la vida de un duende era tan maravillosa,
que el secreto de esa maravilla necesitaba ser compartido con aquellos que no
sabían nada acerca de él. La bondad siempre desea compartirse. Cada duende fue
asignado a una familia de la feroz tribu de no-el ros. Esta tribu era llamada
Snarnuh. Los Snarnuh no tenían secretos.
Con frecuencia, derrochaban sus seres. Trabajaban incansablemente y sólo parecían sentirse vivos cuando estaban haciendo algo. Algunos duendes se referían a ellos como los HACEDORES. Éstos se mataban unos a otros y se dedicaban a hacerse la guerra. Algunas veces, en los eventos deportivos y conciertos musicales, se pisoteaban hasta que algunos morían.
Con frecuencia, derrochaban sus seres. Trabajaban incansablemente y sólo parecían sentirse vivos cuando estaban haciendo algo. Algunos duendes se referían a ellos como los HACEDORES. Éstos se mataban unos a otros y se dedicaban a hacerse la guerra. Algunas veces, en los eventos deportivos y conciertos musicales, se pisoteaban hasta que algunos morían.
Joni llegó a su familia snamuh el 29 de junio de 1933, a las 03:05. No
tenía idea de lo que le esperaba. No sabía que tendría que usar cada gramo de
su creatividad para contar sus secretos.
Cuando nació, le dieron un nombre de origen Snamuh, Farquhar.
Su madre fue una hermosa princesa de diecinueve años, a la que dominaba su
deseo de actuar. Sobre ella pesaba una extraña maldición.
Tenía una bombilla de luz en medio de su frente, y cada vez que ella
intentaba jugar, divertirse o simplemente ser, la luz empezaba a destellar y
una voz decía: “Cumple con tu deber”. Ella nunca podía estar sin hacer nada y
sólo ser. El padre de Farquhar era un rey pequeño pero apuesto, y también
soportaba una maldición: había sido embrujado por su malvada madre, la
hechicera Noche, quien vivía en su hombro izquierdo. Cada vez que él in
tentaba simplemente ser, ella daba alaridos. Noche siempre estaba diciéndole
que hiciera algo.
Para que Farquhar pudiera contarles a sus padres y a los demás sus
secretos, ellos necesitaban estarse quietos y dejar de hacer durante el tiempo
suficiente para verlo y escucharlo. Pero no lo lograban; su madre, a causa de
su foco, y su padre, por la presencia de Noche. Desde que nació, Farquhar había
estado solo. Como tenía el cuerpo de un Snamuh, también sentía como un Snamuh.
Y, por este abandono, se sentía furioso, intensamente frustrado y lastimado.
He aquí a un duendecillo que conocía los grandes secretos del SER y nadie
lo escuchaba. Lo que tenía que decir era un regalo de vida, pero sus padres
estaban tan ocupados cumpliendo con sus deberes, que no podían aprender de él.
Estaban tan confundidos, que pensaban que uno de sus deberes era enseñarle a
Farquhar a cumplir con sus propios deberes. Cada vez que él no cumplía con lo
que ellos pensaban que era su deber, lo castigaban. A veces, lo encerraban en
su habitación. En ocasiones, lo golpeaban o le gritaban.
Lo que más odiaba Farquhar eran los gritos. Podía soportar el aislamiento;
también olvidaba los golpes; pero las interminables reprimendas acerca de sus
deberes lo afectaron tanto, que llegaron a amenazar su alma de duende. Pero
nadie puede matar el alma de un duende porque es parte del Gran YO SOY; pero sí
puede ser lastimada tan terriblemente, que parezca que ya no existe. Y esto fue
lo que le sucedió a Farquhar. Para sobrevivir, dejó de intentar mostrarles a su
madre y a su padre sus secretos y, en lugar de eso, empezó a complacerlos
cumpliendo con sus deberes.
Sus padres eran Snamuhs muy tristes. (La mayoría. de los Snamuhs lo son, a
menos que aprendan el ‘secreto de los duendes.)
El padre de Farquhar sufría tanto a causa de Noche, que tenía que usar toda
su energía para encontrar una poción mágica que se llevara todos sus
sentimientos. Pero esa magia no era la creatividad. En realidad, esa magia
‘hacía desaparecer su creatividad. El padre de Farquhar se convirtió en un
muerto viviente. Después de un tiempo, dejó incluso de regresar a su casa. El
corazón Snamuh de Farquhar resultó afectado. Cada Snamuh requiere el amor
tanto de su padre como de su madre para que el duende que está dentro de él
cuente sus secretos.
Farquhar estaba abrumado por el abandono de su padre. Y como éste ya no
podía ayudar a su madre, el foco de ella se encendía con mayor frecuencia. Por
lo tanto, a Farquhar le gritaban y lo castigaban más. Cuando cumplió doce años,
olvidó que era un duende. Años después, tuvo conocimiento de la poción mágica que
utilizaba su padre para acallar la voz de Noche.
Cuando cumplió catorce años, empezó a utilizarla a menudo. Cuando cumplió
treinta años, tuvo que ser internado en un hospital Snamuh. En ese hospital oyó
una voz que provenía de su interior y que lo impulsaba a despertar.
Esa voz que lo conmovió era la voz del ser de su alma de duende. Porque sin
importar lo mal que estén las cosas, la voz de un duende siempre convocará a un
Snamuh para celebrar su ser. Joni nunca dejó de existir; nunca dejó de intentar
salvar a Farquhar. Si usted es un snamuh y está leyendo estas líneas, no
lo olvide: dentro de usted existe un alma de duende que siempre está
convocándolo a ser. La voz que Farquhar oyó hizo que todo fuera diferente.
Y así comienza otra historia, tal vez mejor…”
Fuente: Nuestro niño
interior, de John Bradshaw.
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