viernes, 5 de enero de 2018

DOMESTICACIÓN Y APEGOS


Vivimos inmersos en una ilusión colectiva, que nos ha llevado a creer que solo si estamos a la altura de ciertas expectativas seremos dignos de amor. Nada más lejos de la verdad.
Existen herramientas necesarias para identificar esos falsos relatos que son fuente de sufrimiento y nos enseña a sustituirlos por la conciencia, la pasión y el amor incondicional que define nuestro verdadero yo. Conocernos en los niveles más profundos, con el fin de dejar aflorar al ser perfecto que todos albergamos, capaz de vivir centrado y en paz incluso en situaciones que nos desafían.

Aprende a reconocer tu propia domesticación y liberarte de ella, y en el proceso volver a ser quien realmente eres.
De pequeños nos premian o castigan por adoptar las creencias y conductas de lo que a los demás les parece aceptable. Esta domesticación hace que muchas personas dejen de ser ellas mismas para ser lo que creen que deberían ser, y al final acaban llevando una vida que no es la suya.
Una apego es hacer tuyo algo que no forma parte de ti mediante una inversión emocional o energética. Aunque te apegues a algo de manera natural en un determinado momento, este apego se vuelve malsano si no lo abandonas cuando el momento ya pasado o si la creencia a  la que te aferras ya no refleja la verdad.
Cuando te apegas a una creencia o idea o eres domesticado por ella con tanta fuerza que no puedes abandonarla, tus opciones se reducen hasta el punto de que cualquier noción de tener una elección no es más que una ilusión. Ahora tus creencias te definen y son las que dictan las elecciones que haces. Ya no eres un maestro de tu propio ser, porque tu domesticación y tus apegos te controlan.
Quiero aclarar que aunque me haya estado centrando en los aspectos negativos de la domesticación, esta no siempre tiene consecuencias negativas. es decir, solo porque te domesticarnos emprenden ti una idea no significa que la idea tenga que ser mala y que debas rechazarla. Si coincide con tus verdaderas preferencias en la vida, eso es maravilloso. La gran diferencia es que cuando tienes una preferencia sigues queriéndote y aceptándote a ti mismo, en cambio la domesticación viene de un sentimiento de vergüenza, culpabilidad y de “no dar la talla”.
El apego no siempre viene de la domesticación, pero si no nos ocupamos de ella nos acabará llevando siempre al apego. La evolución de la domesticación al apego se da de la siguiente forma:
  1. Domesticación. Te domestican el con una idea.
  2. En cuanto interioriza si aceptas esta idea, se convierte en una creencia. Ya no es necesario que nadie desde fuera la refuerce.
  3. Apego. Ahora esa idea forma parte de lo que crees ser y, dependiendo de lo fuerte que sea tu apego, ganarte tu propia aceptación y la de los demás dependerá de esta creencia.
Este ciclo (domesticación, autodomesticación, apego)  se va dando de generación en generación, hasta que alcanzas la maestría del Ser y rompes la cadena. He aquí el siguiente ejemplo:
Imagínate un niño de 8 ó 9 años comiendo al mediodía con su abuela, que le ha preparado una sopa. Mientras comen juntos conversan, disfrutando de la compañía del otro y del amor que comparten.
Cuando se tomado medio bol de sopa, el niño se da cuenta de que ya no tiene más hambre.
-Ya no quiero comer más, abuela. Estoy lleno.
– Acábate de la sopa -le responde la abuela.
Tanto si tienes hijos como si no, es evidente lo que la abuela del chico intenta hacer. Sus intenciones son buenas, quiere que su nieto como para que esté bien alimentado. Y cuando él no quiere acabarse la sopa intenta convencerlo premiándole para que le haga caso. Es la primera herramienta de la domesticación (el premio).
– Si te acabas la sopa, ¡te volverás tan grande y fuerte como Superman!
Pero el niño no se deja convencer.
– Estoy lleno -insiste él-. No quiero comer más.
Además de no tener hambre, al niño le gusta ser asertivo porque se siente poderoso expresando lo que no quiere. También siente lo mismo cuando dice lo que quiere, le gusta expresar su voluntad. Así es como un niño pequeño (y cualquier persona en la tierna infancia) aprende sobre el poder del intento: diciendo sí o no.
Pero al final el niño acaba con la paciencia de su abuela y cuando ella ve que la zanahoria no funciona, recurre al palo para imponer su voluntad. Como muchas abuelas, al igual que hicieron sus propias madres, ya no respeta el deseo de su nieto y se sirve del castigo en este caso, del sentimiento de culpa y vergüenza, que es la segunda herramienta de la domesticación (el castigo).
-¿Sabías que muchos niños pasan hambre en el mundo por no tener qué comer?  y tú no quieres acabarte la sopa. ¡Desperdiciar comida es un pecado!
Ahora él se empieza a preocupar. No quiere ser egoísta ni que su abuela le vea como un niño malo. Al final, sintiéndose vencido, hace lo que su abuela quiere.
-De acuerdo, abuela, me acabaré la sopa.
-¡Qué niño más bueno! – exclama la abuela satisfecha, dándole a su nieto el cariño que necesita para sentirse arropado y querido.
El pequeño aprende que si sigue las reglas recibirá un premio, en este caso el amor y el aliento de su abuela y que ella le considere un buen chico. Y que si no le hace caso le castigará viéndolo como un niño egoísta que desperdicia la comida y se porta mal.
Es un ejemplo sencillo de la domesticación en acción. Nadie pone en duda que la abuela lo hace con la mejor intención, ama su nieto y quiere que se acabe la comida, pero el método que usa para conseguirlo tiene unas consecuencias negativas que no se imagina. Siempre que usamos la culpabilidad y la vergüenza como herramientas para provocar una acción, anulamos cualquier beneficio que hayan producido. Al final estos elementos negativos acaban saliendo a la luz de una forma u otra.
En este caso, imaginémonos que cuando el niño crezca su domesticación relacionada con la comida será tan fuerte que probablemente seguirá condicionado en la adultez. Quizás, muchos años más tarde, cuando su cuerpo le diga estoy lleno antes de que ya terminado la comida, oirá una voz en su cabeza diciéndole: ¡desperdiciar comida es un pecado!
Él responderá sabiéndolo o sin darse cuenta: sí, abuela, y seguirá comiendo.
Acabándoselo todo como un buen chico, responde a su propia domesticación en lugar de hacer lo que necesita en ese momento.
Y ahora que su abuela ni siquiera está ahí, es él mismo el que se domestica (los seres humanos somos los únicos animales del planeta que nos autodomesticamos) y actúa en contra de su voluntad, sin que nadie le anime a hacerlo.
Aunque las consecuencias de acabarse un bol de sopa sean mínimas, la domesticación y la autodomesticación pueden adquirir formas mucho más graves y negativas.
Advierte tu domesticación. Dedica un momento a observar tu vida. ¿Qué ideas te inculcaron de niño que más tarde desechaste por no ser ya ciertas para ti? No olvides que no se trata de juzgar ni de estar resentido con los que te domesticaron en la infancia con esas ideas, sino de ver dónde ocurrió la domesticación y cómo te zafaste de ella.
Identifica tus apegos. Piensa en un objeto que te fascine, uno que no te gustaría perder por nada del mundo. La cuestión es elegir uno con el que estés muy unido emocionalmente, algo con lo que te hayas identificado. ¿Lo tienes? Son muy pocas las personas que, tras observar su vida con sinceridad y profundidad, descubren que no hay nada en el mundo que encaje con esta descripción. Escríbelo en una hoja de papel y responde luego a las siguientes preguntas:
¿Por qué estás tan unido a este objeto?
¿Qué sensación de seguridad te da?
¿En qué sentido te has identificado con el? ¿Cómo hacer que te suba el ego?
¿Te gusta mostrárselo a los demás? ¿O no se lo muestras a nadie y te sientes especial por tenerlo?
¿Te sientes más atractivo, rico, seguro, inteligente o espiritual por el hecho de poseerlo?
Sé sincero, percibe con franqueza lo que ahora sientes. No hay respuestas correctas ni incorrectas. Lo esencial es analizar tus vínculos más profundos con los bienes materiales. Estruja ahora la hoja de papel y échala a la papelera. Cierra los ojos  e imagínate que ese objeto ya no existe en tu vida. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo sería vivir sin él? ¿Quién serías sin poseerlo?
Ahora que has analizado la idea de perder este objeto hazte las siguientes preguntas:
¿Está afectando este apego a tus relaciones con los demás en tu vida?
¿Está haciendo que no desees arriesgarte a alcanzar otros objetivos que realmente quieres?
¿Se te ocurre alguna ocasión en la que hayas actuado de una forma que no es habitual en ti por este objeto?
¿Como afecta este apego a tu libertad personal?
Por último, ¿quieres conservar este grado de apego o prefieres reducirlo o incluso eliminarlo?
La decisión está en tus manos.
Repite este ejercicio con una creencia.
Tomar conciencia de estos apegos es ya un gran paso para liberarte del poder que ejercen sobre ti. En cuanto adviertes un apego, empieza a dejar de condicionarte.
Tú tienes el poder dentro de ti para liberarte de cualquier domesticación y el primer paso para conseguirlo es darte cuenta de ella y descubrir lo que es auténtico para ti. Cuando te conviertes en un maestro del Ser sabes cómo permanecer enraizado en tu ser auténtico, ocurra lo que ocurra a tu alrededor.
Te recuerdo que no basta con leer la información ofrecida en estas páginas; solo recibes los beneficios cuando decides aplicar estos conocimientos en tu vida.

Fuente: Miguel Ruiz Jr.

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