Repetir las acciones, las
fechas o las edades que han conformado la novela familiar de nuestra línea
sucesoria es una manera de mantenernos fieles a nuestros padres, abuelos y
demás antepasados, una manera de seguir la tradición familiar y de vivir
conforme a ella.
Esa lealtad es la que empuja a un estudiante a
suspender el examen que su padre nunca aprobó, movido por un deseo inconsciente
de no sobrepasar socialmente a su progenitor; o a seguir con la profesión de su
padre, ya sea fabricante de instrumentos musicales de cuerda, notario, panadero
o médico. O, en el caso de las mujeres de una misma familia, a casarse a los
dieciocho años y tener tres hijos, todas niñas o todos niños.
A veces, esta lealtad
invisible sobrepasa los límites de lo verosímil y, sin embargo, se repite.
¿Conoce la historia de la muerte del actor Brandon Lee? Murió en medio de un
rodaje porque, desgraciadamente, alguien olvidó una bala en un revólver que
tenía que estar descargado. Ahora bien, justo veinte años antes de este
accidente, su padre, el famoso Bruce Lee, murió de una hemorragia cerebral en
pleno rodaje de una escena donde si personaje supuestamente moría de un disparo
lanzado con un revolver que se suponía que no estaba cargado.
Mantenemos, literalmente,
una poderosa e inconsciente fidelidad a nuestra historia familiar y nos da
muchísimo miedo inventar algo nuevo en la vida. En algunas familias, vemos que
el síndrome del aniversario se repite, en forma de enfermedades, muertes,
abortos naturales o accidentes, durante tres, cuatro, cinco, ¡y hasta ocho
generaciones!
Sin embargo, existe una
razón más oscura por la que repetimos las enfermedades y los accidentes de
nuestros antepasados. Si toma un árbol genealógico y los accidentes de nuestros
antepasados. Si toma un árbol genealógico cualquiera, verá que está lleno de
muertes violentas y adulterios, anécdotas secretas, alcohólicos e hijos
bastardos.
Todo esto son cosas que
uno esconde, heridas secretas que uno no quiere mostrar. Ahora bien, ¿qué
sucede cuando, por vergüenza, por conveniencia o por proteger a nuestros hijos
o a nuestra familia, no hablamos del incesto, de la muerte sospechosa o de los
fracasos?
El silencio alrededor del
tío alcohólico creará una zona de sombras en la memoria de un hijo de la
familia que, para llenar el vacío y las lagunas, repetirá en su cuerpo o en su
vida el drama que han intentado ocultarle. En una palabra, será alcohólico como
el tío. (…)
Pero, esa repetición
implica que el chico debe saber algo de la vergüenza familiar y que ha debido
oír hablar del desgraciado tío, ¿no?
¡Claro que no! Hablar no es necesario para comunicarse; los
estudios sobre la comunicación no verbal y el lenguaje del cuerpo demuestran
que los seres humanos nos comunicamos a través del lenguaje pero también con el
cuerpo, los gestos, el tono de voz, la respiración, la actitud, el estilo de
vestir, los silencios, la evasión de determinados temas…
La vergüenza, al igual que el secreto, no
necesita ser evocados para pasar de generación en generación y venir a
perturbar a un eslabón de la familia, un eslabón directo o indirecto, o alguien
indirectamente relacionado con la familia o que actúe por lealtad familiar, por
identificación. (…)
¿Se podría evitar? ¿Puede
alguien escapar a la repetición y dirigir libremente a su propia historia?
Para evitar la repetición,
es necesario tener conciencia de ella (…).
Si el origen del dolor o
de la enfermedad está cerca de la conciencia, el mero hecho de visualizar la
historia del golpe, seis o siete generaciones, es decir colocarla en el árbol
genealógico, en su contexto psico-político-económico-histórico a los largo de
los años y, bruscamente, darse cuenta de las repeticiones, puede bastar para
crear una emoción lo suficientemente fuerte como para liberar al enfermo del
peso de las lealtades familiares inconscientes.
Extracto del libro: Mis
antepasados me duelen
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