Durante mucho tiempo
me sentí estancada,
como amarrada a una silla
sin poder mover mis pies
ni mis manos, incluso mis
pensamientos
se sentían agotados y
entumecidos
tras la cárcel invisible
que
me tenía suspendida en el
tiempo.
Sentí que estaba en un
lugar
que me privaba del
oxígeno,
del elixir llamado
felicidad
y que aun pudiendo irme de
allí
me consumía en llama viva
alejarme también.
Era como estar entre la
espada y la pared
y a su vez, ser invisible.
Nunca había encontrado un
ejemplo tan claro
de la ambigüedad de una
decisión,
era terriblemente agotador
despertar cada mañana con
ese poder a mi alcance,
el de irme y el de
quedarme
el de poder volar y no
querer hacerlo,
el amor se había vuelto un
ovillo
en mi pelo y era difícil
encontrar las extremidades,
no había aroma de jazmines
que desenredaran
semejante caos, sin
embargo, lo intentaban.
Sabía que me destruiría de
ambas maneras
que hiciera lo que hiciera
una hiedra venenosa se
enredaría en mi garganta
y me dejaría sin voz,
para evitar herir
para evitar herirme
para evitar que la
ansiedad me consumiera
antes que las metáforas de
mi mente.
Temí tanto lo que no
quería que pasara
que me perdí, pasó lo que
tenía que pasar
y me ahogué
desesperadamente en mi mundo,
me puse gris
me entristecí
me silencié
dejé de brillar por una
largo tiempo
y lloraba cuando nadie me
veía
para evitar que el daño no
se hiciera más grande.
Busqué respuestas
cuando el lamento dejó de
sofocarme
y revolví entre mis
entrañas y mis excusas...
¿y saben qué?
no encontré ninguna
respuesta,
solo poesía para alivianar
la carga
para soltarme de la silla
en donde estaba
inútil y torpemente atada
me dio oxígeno boca a boca
verso a verso
y diminutas dosis de
felicidad
solo para recordar a veces
lo que se sentía
ser besado por alguien a
quien amas.
Dejé de consumirme por
dentro
como un volcán silente
solo para que la luz de
las letras
hicieran nido y piel nueva
en mi
y también para que el dolor
perdiera
toda gravedad que hiciera
que se aferrara a mi.
Entonces descubrí que no
necesitaba una solución
sino una caricia al alma
para poder sobrellevar la
pena que a veces carcome
mis huesos dormidos
mientras mi corazón dice:
"empuja, empuja, solo
empuja"
Resilencia le llaman.
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