viernes, 19 de octubre de 2018

LA HERIDA DE LA PERDIDA DE LA MADRE



De entre las experiencias dolorosas que nos toca vivenciar en el ciclo de nuestra existencia, una de las más dolorosas es sin duda la pérdida de nuestra propia madre. Hay muchos temas internos que se activan en el momento en que se produce la irreparable pérdida de la madre.

No importa la edad a la que nos toque vivir la experiencia, en cada una de ellas tendremos que enfrentarnos a diferentes pero igual de profundas experiencias en lo más íntimo y profundo de nosotros.
No importa la relación que mantuviéramos con nuestra madre el momento de su muerte, fantasmas diversos pero igual de potentes surgirán en nuestras entrañas.
Jamás desaparece del todo el cordón umbilical que nos mantuvo unidos a ella.
Ese cordón que nos nutrió haciendo posible nuestra llegada a este mundo, en un vientre que nos acogió y nos protegió hasta que nuestro pequeño cuerpo estuvo preparado para enfrentarnos al mundo.
Ella nos alumbró, nos dió a luz, nos trajo a la vida…y continuo cuidándonos por mucho tiempo mas.
Y queda en nuestra memoria más primaria ese recuerdo de nuestro primer hogar, impreso de tal manera, que a pesar de los años, de los conflictos, de la cercanía o separación física y emocional en la que nos encontraramos… la muerte de una madre se siente como la imposibilidad del retorno al hogar…porque ella con todos sus defectos, representa nuestro hogar.
Nunca estuvimos más seguros que dentro de su vientre…. y en ese momento….sentimos que nunca más volveremos a estarlo…
Otra de las cosas que salen a la superficie es la pérdida del Amor Incondicional, es entonces, más que nunca, cuando entendemos la incondicionalidad de su amor, cuando sentimos que ya no podremos recurrir a él de forma física.
Quizá mientras vivió tuvimos la sensación de no ser amados de forma incondicional.
Quizá conflictos, opuestas maneras de ver la vida, nos hicieron gritar:
-¿ Cómo vas a quererme si no me aceptas, si no me dejas SER?
Pero es en el momento de su muerte cuando entiendes ese amor que es diferente a todos los demás, que está por encima de la mente, del comportamiento, de las distancias.
Es en ese momento en el que sabes que jamás podrás volver a refugiarte en un abrazo igual, porque no existe, porque se acaba de desvanecer.
Y con él su olor, el primer olor que nos proporcionó todo lo que en nuestros comienzos necesitamos…
Y con él su voz, la primera voz que regocijó nuestros primeros momentos de separación, de miedo, de vida..
Es el momento en el que, por primera vez, sientes que de alguna forma tu cobijo primario se ha hecho cenizas, y que estás sola, o solo, y la vida desde ese momento se convierte en otra cosa.
Y todo el Amor y todo el Dolor que eres capaz de sentir confluyen en tu interior ante lo inevitable.
Y aparece otro proceso… El proceso de la culpa, de los conflictos no resueltos, de todo lo que no hiciste, de todo lo que no dijiste…y, peor aún, de las cosas que no debiste hacer, que no debiste decir…
Todas ellas pasan ante ti como afilados puñales para clavarse en tu mente…
Y en algún momento del duelo, del dolor que no sabe ser canalizado, surgen también los rencores, las justificaciones a nuestros actos desafortunados, como una especie de rebeldía interna.
Pasan también ante nuestros ojos, los momentos en los que sentimos que no se comportó como hubiéramos necesitado, palabras y actos que sin duda nos causaron un tremendo dolor y, que si no fueron sanados antes de su muerte, quedan inconclusos…
Y nos podemos encontrar llorando su pérdida, enfadándonos por dejarnos aquí, con todo ello por resolver, solos, con nuestra culpa, con nuestro rencor, con nuestro dolor… y sin sus brazos.
Tremendo momento…
Pero quizá sea la falta de ese soporte primario el mayor motor para convertirnos en personas adultas, algo así como el momento en que a un chiquillo le quitan las rueditas traseras de la bicicleta y le informan de que va solo…
Y quizá sea la falta de la figura mortal de la madre la que nos haga entender, de veras, la fuerza del amor incondicional, la que nos haga, con el tiempo, aprender a sanar cualquier herida, a comprender que el amor verdadero está más allá de cualquier conflicto, que no tiene nada que ver con nuestros aciertos o errores ni con los de los demás.
Y conforme el tiempo va pasando, de manera casi mágica, vamos integrando sus cualidades en nosotros mismos, la esencia de su amor empieza a brotar libre de maleza en nuestros recuerdos y nuestros corazones, quizá la fuimos destruyendo con la sal de nuestras lágrimas por la pérdida…
Lo cierto es que el proceso te va conduciendo a una imagen más real de tu madre, de todo lo divino y lo humano que manifestó durante su existencia…y que quizás por tantos conflictos no lo pudimos vivir como era.
Su recuerdo, apartado del dolor de la perdida de la madre, nos acompaña ya por siempre, y nos damos cuenta de que volvemos a sentir su calor, que su abrazo permanece más allá de la desaparición de la corporalidad que nos permitía refugiarnos…
Y que no estamos solos…nunca lo estaremos.

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