jueves, 30 de noviembre de 2017

EL SUFRIMIENTO



El sufrimiento se hunde en lo más profundo de nuestra piel sin ser visto.
Es un inquilino extraño que atrapa y que asfixia, pero al que tarde o temprano logramos vencer.
Es del sufrimiento que surgen las almas más fuertes, con pieles más ásperas y curtidas ya por infinitas cicatrices invisibles.

Es posible que a estas alturas de la vida la piel de nuestra alma tenga ya todo un mapa de cicatrices y heridas remendadas. Gracias a ellas, hemos aprendido también que dolor y sufrimiento son dos cosas muy diferentes.
El dolor es parte de la propia existencia y aparece cuando perdemos aquello que amamos, o nos hieren con profundidad, en cambio el sufrimiento viene por no aceptar lo que pasa, por resistirnos y desear que las cosas fueran de otro modo, por lo tanto esta resistencia a aceptar los hechos es opcional, depende de nosotros,  y como tal es nuestra responsabilidad comprender el origen de este sufrimientos, es una responsabilidad de supervivencia.
El miedo a sufrir es mucho peor que el propio sufrimiento, porque nos impide vivir. Nos pone muros y barreras a nuestro derecho a amar y a ser amados, a equivocarnos y a aprender de los errores. Son sin duda detalles importantes que recordar.
El sufrimiento llega como un invitado inesperado en una fría noche de invierno. No lo queremos ahí y decidimos huir de él, esconderlo en el sótano y hacer como si no estuviera. Después, nos enfundamos en nuestras armaduras oxidadas y fingimos normalidad, dibujando apacibles sonrisas mientras el inquilino incómodo sigue ahí, arañando con sus frías manos nuestro maltrecho corazón.
 Lo queramos o no esta emoción negativa persistirá con su carga aflictiva durante mucho, mucho tiempo. De hecho, esto es así porque tiene una finalidad muy clara: apagar tus energías y obligarte a quedarte quieto, a aceptarlo y a entender lo que te pasa.
En psicología se diferencia claramente entre sufrimientos reales e imaginarios. Ambas dimensiones disponen de una carga emocional negativa que interfiere directamente en nuestra calidad de vida, en nuestro equilibrio emocional.
o    Los sufrimientos imaginarios son interpretaciones negativas que hacemos sobre nuestra propia realidad. Creamos auténticas batallas internas, increíbles tormentas cargadas de obsesiones y sufrimientos sobre hechos externos que a veces, no tienen ninguna base.
o    Por su parte, los sufrimientos reales tienen un hecho factible donde se concentra el dolor, la confusión, la pérdida, la decepción. Hay algo concreto que ha desencadenado nuestro estado.
A la hora de sofocar estos dos tipos de sufrimiento podemos desplegar unas mismas técnicas de afrontamiento. Te las explicamos a continuación.
Nuestro cerebro está preparado biológicamente para afrontar la adversidad mediante mecanismos muy específicos.
En primer lugar vamos a despertar ese ojo interior, el alojado en nuestra mente. Entiende que la realidad, tu realidad, no es más que una interpretación personal que tú mismo creas y de la cual, a veces caes cautivo. Es hora de poner un filtro:
o    Apaga los miedos y las obsesiones que cercenan tu persona, tu autoestima, tu autoconcepto. Todo sufrimiento real tiene a su vez adheridos muchos imaginarios: “esto ya no va a cambiar”, “ya no volveré a ser feliz”, “las segundas oportunidades ya no existen…” Apaga ese ruido mental innecesario, controla tus pensamientos para crear nuevas emociones.
Por otra parte, nuestros sufrimientos “inmerecidos” pueden reducirse siempre y cuando tomemos conciencia de otro aspecto: de su temporalidad.
o    El dolor te aferra irremediablemente al presente, y lo hace para que seas capaz de comprender tus heridas, de aprender de lo sucedido para después seguir sobreviviendo. Porque lo quieras o no, la vida sigue avanzando. La ley de la impermanencia nos lleva a todos en su barcaza para hacernos ver que todo está en constante cambio, que todo va y viene. Hoy son penas y mañana serán alegrías. No te permitas ser prisionero/a del dolor: avanza, eres movimiento.
o    El sufrimiento además, nos proporciona la virtud de la empatía. Porque solo el que padece compadece, y ello, es algo que nos hace sin duda mejores personas. Es aprendizaje vital, te confiere una gran sensibilidad a la vez que una fortaleza más digna, más sabia.
Despierta esa valentía que duerme en ti y sé capaz de ver el sufrimiento como un camino, no como una muralla en la que aprisionarte. Álzate, abre los ojos desde tu interior para ver con mayor nitidez y derriba cada ladrillo de esos muros para permitirte ser feliz una vez más.


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