El sufrimiento
se hunde en lo más profundo de nuestra piel sin ser visto.
Es un inquilino extraño que
atrapa y que asfixia, pero al que tarde o temprano logramos vencer.
Es del sufrimiento que
surgen las almas más fuertes, con pieles más ásperas y curtidas ya por infinitas cicatrices invisibles.
Es posible que a estas
alturas de la vida la piel de nuestra alma tenga ya todo un mapa de cicatrices
y heridas remendadas. Gracias a ellas, hemos
aprendido también que dolor y sufrimiento son dos cosas muy diferentes.
El dolor es parte de la
propia existencia y aparece cuando perdemos aquello que amamos, o nos hieren
con profundidad, en cambio el sufrimiento viene por no aceptar lo que pasa, por
resistirnos y desear que las cosas fueran de otro modo, por lo tanto esta
resistencia a aceptar los hechos es opcional, depende de nosotros, y como tal es nuestra responsabilidad
comprender el origen de este sufrimientos, es una responsabilidad de supervivencia.
El miedo a sufrir es mucho peor que el propio
sufrimiento, porque nos impide vivir. Nos pone muros y barreras a
nuestro derecho a amar y a ser amados, a equivocarnos y a aprender de
los errores. Son sin duda detalles importantes que recordar.
El sufrimiento
llega como un invitado inesperado en una fría noche de invierno. No lo queremos ahí y decidimos huir de él,
esconderlo en el sótano y hacer como si no estuviera. Después, nos enfundamos
en nuestras armaduras oxidadas y fingimos normalidad, dibujando apacibles
sonrisas mientras el inquilino incómodo sigue ahí, arañando con sus frías manos
nuestro maltrecho corazón.
Lo queramos o
no esta emoción negativa persistirá con su
carga aflictiva durante mucho, mucho tiempo. De hecho, esto es así
porque tiene una finalidad muy clara: apagar tus energías y obligarte a
quedarte quieto, a aceptarlo y a entender lo que te pasa.
En psicología se
diferencia claramente entre sufrimientos reales e imaginarios. Ambas dimensiones disponen de
una carga emocional negativa que interfiere directamente en nuestra
calidad de vida, en nuestro equilibrio emocional.
o Los sufrimientos imaginarios son
interpretaciones negativas que hacemos sobre nuestra propia realidad. Creamos
auténticas batallas internas, increíbles tormentas cargadas de obsesiones y
sufrimientos sobre hechos externos que a veces, no tienen ninguna base.
o Por su parte, los
sufrimientos reales tienen un hecho factible donde se concentra el dolor, la
confusión, la pérdida, la decepción. Hay algo concreto que ha
desencadenado nuestro estado.
A la hora de sofocar estos
dos tipos de sufrimiento podemos desplegar unas mismas técnicas de
afrontamiento. Te las explicamos a continuación.
Nuestro cerebro está
preparado biológicamente para afrontar la adversidad mediante mecanismos muy
específicos.
En primer lugar
vamos a despertar ese ojo interior, el alojado en nuestra mente. Entiende que la realidad, tu realidad, no
es más que una interpretación personal que tú mismo creas y de la cual, a veces
caes cautivo. Es hora de poner un filtro:
o Apaga los miedos y las obsesiones que cercenan
tu persona, tu autoestima, tu autoconcepto. Todo sufrimiento real tiene a su
vez adheridos muchos imaginarios: “esto
ya no va a cambiar”, “ya no volveré a ser feliz”, “las segundas oportunidades
ya no existen…” Apaga
ese ruido mental innecesario, controla tus pensamientos para crear nuevas
emociones.
Por otra parte, nuestros
sufrimientos “inmerecidos” pueden reducirse siempre y cuando
tomemos conciencia de otro aspecto: de su temporalidad.
o El dolor te
aferra irremediablemente al presente, y lo hace para que seas capaz de
comprender tus heridas, de
aprender de lo sucedido para después seguir sobreviviendo. Porque lo quieras o
no, la vida sigue avanzando. La ley de la impermanencia nos lleva a todos en su
barcaza para hacernos ver que todo está en constante cambio, que todo va y
viene. Hoy son penas y mañana serán alegrías. No te permitas ser prisionero/a
del dolor: avanza, eres movimiento.
o El sufrimiento
además, nos proporciona la virtud de la empatía. Porque
solo el que padece compadece, y ello, es algo que nos hace sin duda mejores
personas. Es aprendizaje vital, te confiere una gran sensibilidad a la vez que
una fortaleza más digna, más sabia.
Despierta esa valentía que
duerme en ti y sé capaz de ver el sufrimiento como un camino, no como una
muralla en la que aprisionarte. Álzate,
abre los ojos desde tu interior para ver con mayor nitidez y derriba cada
ladrillo de esos muros para permitirte ser feliz una vez más.
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